Mapeo realizado por migrante venezolana.
“Desde el 1 de enero hasta la madrugada de este miércoles [9 de Febrero de 2022] un total de 31.610 migrantes en movilidad habían atravesado la jungla, de 266 kilómetros, según datos facilitados a la agencia de noticias EFE por el Servicio Nacional de Migración (SNM). Entre enero y mayo de 2022 la cifra llegó a 33.819.” (https://www.infobae.com/venezuela/2023/02/09/crece-la-cifra-de-migrantes-que-cruzan-el-darien-en-40-dias-casi-igualan-a-los-primeros-cinco-meses-de-2022/).
La “jungla” a la que se refiere la cita es la del “Tapón del Darién”, una enorme extensión selvática de 575,000 hectáreas que separa Colombia de Panamá, y que divide en dos lo que se considera la vía automovilística más larga del mundo, la Ruta Panamericana. Declarado patrimonio de la Humanidad en 1981 y Reserva de la Biosfera en 1983, el Tapón del Darién es uno de los lugares de mayor biodiversidad de nuestro planeta, pero también es un verdadero “infierno verde” para las decenas de miles de migrantes indocumentados que se atreven, empujados por la necesidad, a atravesarlo. Muchos de los migrantes provienen de Haití, Cuba y Venezuela. Es importante notar que el éxodo venezolano va en aumento, y que son cada vez más los ciudadanos venezolanos que se lanzan a la peligrosa aventura de cruzar los 100 kilómetros a través del Tapón del Darién que conducen del noreste de Colombia al sureste de Panamá.
Según los estudios estadísticos recogido en un documento oficial del gobierno panameño, “más de 158.000 personas cruzaron la inhóspita selva del Darién en 2022, una cifra que supera el récord del año precedente, cuando 133.000 migrantes atravesaron la jungla panameña, más que el acumulado en toda la década anterior”. Por otra parte, “casi tres cuartas partes de los migrantes que cruzan el Darién son venezolanos. [El número ha incrementado de poco más de 2.800 casos en 2021 a casi 113.000 en lo que va de año [hasta Mayo de 2022]. Si bien muchas de las personas venezolanas que atraviesan esta peligrosa ruta habían estado viviendo anteriormente en otros países de América del Sur, un número creciente ahora está saliendo directamente de Venezuela», señaló a la AFP Giuseppe Loprete, jefe de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Panamá. (https://www.dw.com/es/r%C3%A9cord-de-migrantes-que-han-cruzado-en-2022-el-tap%C3%B3n-del-dari%C3%A9n-supera-el-de-una-d%C3%A9cada/a-63348131).
Los peligros que aguardan a los migrantes, niños y adultos, son muchos. Un artículo publicado en Agosto de 2022 (https://www.vozdeamerica.com/a/los-10-peligros-de-cruzar-el-darien-el-infierno-verde-de-las-americas/6705004.html) propone un “decálogo de los riesgos en el Darién,” a saber, 1. las mafias (narcotraficantes, contrabandistas, guerrilleros y paramilitares vuelven aún más peligroso el Tapón del Darién); 2. las enfermedades y lesiones (la malaria y el dengue son enfermedades que frecuentemente se contraen en la selva; además, los migrantes quedan expuestos a roturas y esguinces por lo resbaladizo y accidentado del terreno. En la selva, no hay caminos o senderos delineados y construidos, los propios migrantes tienen que abrirse paso entre la densa vegetación de la jungla. Finalmente, el agua contaminada es la causa de enfermedades estomacales y disentería); 3. los animales (serpientes, alacranes, jaguares, pumas, tigrillos, “manos” o cerdos salvajes, zorros y perros de monte, así como arañas de hasta 20 centímetros y la conga, “una hormiga gigante cuyo veneno inflama las extremidades, causa fiebre y diarrea, pues contiene una neurotoxina que ataca el sistema nervioso,” comparten la selva con los migrantes y la población nativa (como señala otra fuente, “y se desconoce cuántas tribus nativas residen en el lugar y cuál es su magnitud”– https://www.unicef.org/es/comunicados-prensa/numero-ninos-migrando-tapon-darien-multiplico-por-siete); 4. la violencia sexual (según la Cruz Roja de Panamá, “entre el 10 y el 15 por ciento de los migrantes que atraviesan el Tapón del Darién sufre violencia sexual en ese recorrido”), 5. los ríos (Cupe, Paya, Púcuro, Chiati, Ucurgantí, Tichichi, Mortí, Membrillo, Chico, Turquesa –a este, por lo peligroso de sus aguas desbocadas y los cadáveres que estas arrastran, los migrantes han rebautizado como “río Muerte”– y Tupiza son los nombres de los principales afluentes, ríos caudalosos con poderosas corrientes que se han cobrado la vida de muchos); 6. los guías o “chilingueros” (que no pocas veces abandonan a los migrantes, y los dejan a su suerte en una selva que es laberinto letal); 7. la lluvia (esta, y el alto grado de humedad, entorpecen “las largas caminatas, embravecen los ríos, humedecen los suelos y dificultan la visibilidad, así como interrumpen los descansos”); los extravíos (en la jungla del Darién, los puntos de referencia son pocos, y los extravíos, por esa misma razón, frecuentes y peligrosos: es imposible orientarse en esa densidad verde sin la ayuda de brújulas y GPS). 9. la deportación y la espera (la amenaza de la deportación existe para los migrantes que entran en Panamá desprovistos de papeles; además, a espera en cuatro estaciones de recepción migratoria (tres en Panamá y una en Costa Rica) para quienes reportan la desaparición o muerte de un familiar en el Darién puede tomar semanas, sino meses, según testimonios.); y 10.…más fronteras. Este último riesgo es quizá de los más serios: la mayoría de los migrantes que atraviesan el Tapón del Darién, lo hacen con la intención de llegar a USA. Eso significa que han de cruzar Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México, y la perspectiva e incertidumbre de tantas fronteras, de un recorrido de miles de kilómetros, y de todas las penalidades que la ruta migratoria conlleva pesan en el ánimo y la salud psicológica de los migrantes, cuyo cuerpo y espíritu ya vienen debilitados y traumatizados por todo el larguísimo y penoso trayecto anterior y el cruce del Tapón del Darién.
Cuando la migrante venezolana pinta el mapa de su recorrido a través del Tapón del Darién, lo hace resoluta, sin titubear: viaja en grupo con familiares y amigos, y está claro que el viaje ha estado cuidadosamente planificado, que el grupo de venezolanos se ha preparado, en la medida de lo posible, para ese cruce penosísimo y ya superado del Tapón del Darién. Ya en Tapachula, la migrante recuerda todos los detalles, todo los que le pasó a ella y a su familia, a los niños, y lo mucho de lo que se libraron. La breve cápsula fílmica solo es una porción de lo que recoge la transcripción de su relato, y el propio mapeo filmado es más extenso. Por ejemplo, la migrante incluirá más tarde en el mapa el importe exacto (en dólares) de los gastos que supuso cruzar el Tapón del Darién, pagar a “chilingueros”, rentar lugar y tiendas en los campamentos, etc.
Ahora, instalados y recuperándose en el Albergue de Tapachula, Chiapas, la migrante venezolana y su grupo habrán de enfrentarse a otros dos grandísimos desafíos, la frontera de México con Estados Unidos, y esa otra vastísima frontera “horizontal” que es el territorio mexicano. La visa humanitaria evita (en teoría) el temor a la deportación, pero aún sin esa amenaza, muchas otras se erigirán como obstáculos reales, a saber, las extorsiones; los secuestros y asesinatos; la violencia de género y las violaciones; la discriminación sistemática basada en el racismo, el machismo y la aporofobia u odio a los pobres; la infantilización sistemática de los migrantes en los albergues, instituciones regimentadas y pseudo-carcelarias que muchas veces atentan contra la dignidad del migrante; los accidentes y mutilaciones vinculadas con los trayectos recorridos a lomos de “la Bestia;” las enfermedades relacionadas con la vida a la intemperie, el cansancio extremo y la alimentación deficiente.
El cruce de México a los Estados Unidos no es ese “infierno verde” que separa Colombia de Panamá, sino un “infierno ocre”: ahora, no es la selva la que mata, sino el Río Bravo en Texas y sus vastas extensiones desérticas atravesadas por los alambres de espino de las grandes rancherías, o el desierto sonorense en Arizona. Por eso esta sección se llama “los espacios-espejo de la migración indocumentada”, porque estos dos grandes paisajes -la selva y el desierto- aunque parezcan diametralmente opuestos por sus características topográficas y climatológicas, son idénticas en su capacidad de matar. Es más, a la selva y al desierto habría que sumarle el mar y las franjas costeras, ese otro paraje donde encuentran la muerte los migrantes que cruzan el Mediterráneo desde Africa. Cuando conocimos a la migrante autora del mapa ya cruzó el Tapón del Darién, esta ya sabía lo que es cruzar una selva; le faltaba por aprender lo que es cruzar un desierto.
Según datos publicados por el más reciente informe anual (2021) de la Morgue de Tucson, Arizona, desde el 1 de Enero de 2000 hasta Diciembre de 2021, en esta o PCOME (Pima County Office of the Medical Examiner), han ingresado los restos de 3,483 migrantes indocumentados. Es importante notar que de estos, 1,244 continúan sin ser identificados, y que por cada cuerpo recuperado, se estima que hay otros cinco que el desierto nunca devuelve. Las causas más predominantes que ocasionan la muerte de los migrantes en el desierto fronterizo son la hipotermia, la hipertermia, y la deshidratación, es decir, los migrantes, muchos de ellos proveniente de comunidades indígenas del sur de México y de Centroamérica (más del 90% de los restos recuperados pertenecen a etnias indígenas), muren de frío, de calor, y de sed.
La jungla en la frontera entre Colombia y Panamá y el desierto en la frontera entre México y Los Estados Unidos son los dos obstáculos topográficos más difíciles de superar para los migrantes. En ambos casos, se trata de parajes creados por la naturaleza, pero vueltos arma letal y deliberada por los gobiernos y la violencia institucionalizada. Son paisajes diametralmente opuestos, el uno marcado por la constante humedad, los ríos caudalosos, y la vegetación exuberante e intransitable, y el otro, por la sequía y la falta total de agua. A ambos paisajes, sin embargo, los define el común denominador del sufrimiento: los migrantes padecen lo indecible, se enferman, se extravían, son abandonados por coyotes y chilingueros, y en muchas ocasiones perecen. Y se parecen ambas topografías, a pesar de sus grandes diferencias geográficas y climáticas, en que se transforman en vasto paraje textil. La migrante autora del mapa al que acompaña esta narrativa contextualizadora, lo explica con toda claridad: el cruce de la selva es tan penoso, y pesan con el tiempo tanto las mochilas y los pocos objetos personales que los migrantes llevan consigo, que estos comienzan muy pronto a deshacerse de ellos. Los senderos que van construyendo y abriendo en la maleza las largas filas de migrantes a su paso, se van llenando de comida, de despojos, de mochilas desechadas, de ropa cuyo peso los cuerpos extenuados ya no tienen fuerzas para cargar. Irónicamente, ese reguero primordialmente textil cumple con una importante misión, a saber, la de ayudar a los migrantes de brújula e instrumento orientador: Como indica uno de los artículos citados, “una vegetación tan densa como similar hace que los puntos de referencia sean pocos [en el Tapón del Darién]. Los locales aconsejan no tocar las ropas o pertenencias abandonadas por los migrantes para que sirvan de guía a fin de evitar extravíos o andar en círculo.”
En nuestras conversaciones con migrantes, el paso del Tapón del Darién es relato recurrente y obsesivo. Se mencionan sobre todo ciertos lugares paradigmáticos por el grado de peligro, como el río Turquesa, que, como señalamos, los migrantes llaman río Muerte, el “campamento del abuelo,” enclave en medio de la selva en el se amontonan las tiendas de campaña y en el que menudean los robos y las violaciones (también la migrante autora del mapa hace referencia a las violaciones, muchas veces de niñas), y los montes escarpados y de superficie embarrada y resbalosa por las constantes lluvias. Además, otro tema frecuente lo constituye precisamente el hecho de que los migrantes se van despojando de sus ropas y pertenencias, hasta el punto de que son muchos los migrantes que salen de la jungla descalzos y en ropa interior, con solo, como nos decían las mujeres, “unos shorsitos y un brassier”.
Caminando entre los objetos personales que los migrantes dejan atrás a su paso por el Tapón del Darién
El ritual del despojo y la importancia que adquiere la ropa como marca de humillación y ninguneo se repiten igualmente en la franja fronteriza que separa México de los Estados Unidos. Como en el Tapón del Darién, también la ropa desechada se acumula sobre la arena dura del desierto sonorense, en este caso, en su mayoría confeccionada con tela de camuflaje. Así es, los coyotes o polleros venden a los migrantes como parte de sus servicios un “migrant kit” o equipo de migración, el cual incluye ropa, pero también mochilas, cachuchas, y bidones de agua con funda, todo ello igualmente impreso con los dibujos distintivos, en ocre, verde, y rosa, de los colores del desierto. De todos estas pertenencias desechadas, destacan como objetos paradigmáticos y de un sombrío simbolismo, dos, a saber, los bidones de agua hechas con plástico negro para que la luz del sol o de las linternas de la “migra” no delate la presencia de migrantes, y las “pantuflas”, zapatillas confeccionadas, una vez más, con tela de camuflaje y a veces con tela de mezclilla azul y provistas de una suela de alfombra, para no dejar huella en las zonas más blandas y arenosas del desierto.
Bidones de agua y pantufla descartados por los migrantes en el desierto sonorense del sur de Arizona
Cuando los migrantes cruzan a Estados Unidos, atraviesan el Río Bravo y el desierto, y llegan al lugar del “levantón,” también ellos se desnudan: “quítense su ropa mugrosa,” vístanse de gente decente, que no se les note que vienen de cruzar,” les dicen los coyotes, y los migrantes sacan de sus mochilas la última camiseta limpia y celosamente guardada, el bote de desodorante, la colonia, un lápiz de labios las mujeres, un bote de perfume o de colonia…
Bajo la bandera de la ecofilia y la defensa del medio ambiente, xenófobos disfrazados de defensores de la naturaleza organizan grandes batidas para limpiar de despojos el desierto y recoger lo que despectivamente tildan de “migrant trash” (basura migrante). Otros, los antropólogos, como Jason de León, autor de un volumen imprescindible, The Land of Open Graves. Living and Dying on the Migrant Trail (2015) estudian estos despojos como si fueran valiosos artefactos arqueológicos, testigos mudos del sufrimiento de los migrantes. Ese mismo análisis antropológico que ha dedicado su atención a los objetos migrantes en el desierto de Arizona puede, y debería aplicarse, también a los desechos textiles que se acumulan en el Tapón del Darién.
El proceso de invisibilización del migrante, que ya comienza en su país de origen –las naciones se deshacen de los pobres y de los oscuros de piel, no los ven ni aprecian, son desde que nacen, vidas invisibles, o como escribió Zygmunt Bauman, vidas desperdiciadas–, se acentúa durante la penosa trayectoria migratoria: medio desnudos y uniformados por una capa de barro en el Tapón del Darién, o vueltos iguales por el camuflaje paramilitar a todo lo largo de la franja desértica de México con Estados Unidos, los migrantes desaparecen, se mimetizan con el paisaje que atraviesan, vuelven redundante e insistente esa invisibilidad que les arropa desde su nacimiento.
NOTA FINAL: Cuando realizamos nuestro trabajo de campo en el 2022, y hasta cuando redacté este texto, a comienzos del 2023, El Tapón del Darién todavía no se había “masificado” como lo haría, a grandes pasos, muy poco después. Durante la segunda mitad del 2023 y en el año en curso (2024), el cruce de esa selva mortífera que separa Colombia de Panamá se ha convertido más que nunca en un sofisticado negocio, mucho más organizado, con una estructura compleja y económicamente próspera. Para más información, remitimos a los siguientes artículos del NYT:
https://www.nytimes.com/es/2022/10/07/espanol/darien-venezolanos.html
https://www.nytimes.com/2023/09/14/world/americas/migrant-business-darien-gap.html